Mario Vargas Llosa: “Tengo la impresión de que Borges encontró en María Kodama una liberación”

Mario Vargas Llosa y Luis Alberto de Cuenca descifran para Álvaro Cortina Urdampilleta el libro Jorge Luis Borges & María Kodama, de Cristina Carrillo de Albornoz.
La pareja en 1980.MANDA ORTEGA/FUNDACIÓN INTERNACIONAL JORGE LUIS BORGES

"Todos los que vieron a Borges en esos últimos años de su vida tuvieron la impresión, a mi juicio justa, de un ser más joven, más alegre y hasta incluso disfrazado. Lo cual revela una liberación, de la señora Kodama no pudo ser el estimulante", observa en exclusiva para Vanity Fair el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Es una de las historias de amor más comentadas de la historia de la literatura: la del genio invidente Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986) y la jovencísima discípula María Kodama (Buenos Aires, 1937), pero al mismo tiempo sigue siendo de las más desconocidas. Ahora que se publica Jorge Luis Borges & María Kodama (Assouline), a cargo de Cristina Carrillo de Albornoz, resulta más fácil ponderar el lugar de esta relación amorosa, que se prolongó desde 1953 hasta la muerte de Borges, en los últimos títulos de una carrera literaria inmensa que parecía, en principio, poco propicia para las efusiones sentimentales.

Al hablar de la vida privada de Jorge Luis Borges, los curiosos se suelen acordar de su mucama, Epifanía Úveda, alias “Fanny”. Esta empleada doméstica tenía numerosos comentarios curiosos y divertidos sobre el señorito Borges. En una biografía, Fanny resumía así la relación —que acabaría siendo segundo matrimonio para Borges— entre el escritor y la estudiante argentino-japonesa: “A María Kodama nunca la vio, ya había perdido la vista. Me preguntó: ‘Dígame, Fanny, ¿cómo es María?’. Yo le dije: ‘Fea no es, linda tampoco’. Ella nunca vivió en la casa, entraba si yo le abría la puerta".

PRESENTE ETERNO – Jorge Luis Borges y María Kodama, en Nueva York en 1985.

Ferdinando Scianna / Magnum Photos / ContactoPhoto,Ferdinando Scianna / Magnum Phot

Kodama, fundadora y presidenta de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges es, dependiendo de a qué estudioso de Borges se le pregunte, un personaje misterioso, uno polémico, un fractal desconocido, o a veces todo a la vez. Un accidente del azar que comienza cuando ella tenía 16 años y él cincuenta y tantos, en una librería de la calle Florida de Buenos Aires. Para entonces, el autor de Ficciones y El aleph era ya ciego, como lo fue su padre. Y aquel encuentro de 1953 fue poco memorable. En todo caso, ya como director de la Biblioteca Nacional de Argentina, desde 1955, Borges formó un grupo de estudios del anglosajón. Del que formó parte Kodama, convirtiéndose así en discípula del escritor. Según testimonio, parece, de la propia Kodama, la relación comenzó en su primer viaje juntos a Islandia. La literatura épica medieval nórdica siempre estuvo revoloteando entre estos dos filólogos. Como se dice en Jorge Luis Borges & María Kodama, en este viaje, en 1971, el gran genio ciego, que acababa de salir de un matrimonio de tres años, al parecer infeliz, con Elsa Astete Millán, dio un primer paso. Algo de esto se refleja en su poema posterior Gunnar Thorgilsson: “Yo quiero recordar aquel beso / con que me besabas en Islandia”.

Años después, en 1979, en su segundo viaje a la isla para recibir la Orden del Halcón, “ellos se casaron solo simbólicamente, sin efectos legales, según el culto ancestral a Odín, oficiado por un sacerdote pagano”, escribe Carrillo de Albornoz en el libro que nos ocupa. Para entonces, ya eran colaboradores: habían elaborado Breve antología anglosajona (también traducirían un libro mitológico de la Edda menor). Se casaron legalmente el 26 de abril de 1986, dos meses antes de la muerte del genio.

“Yo tengo la impresión de que Borges, que se pasó una buena parte de su vida paralizado por su madre [Leonor Acevedo], encontró en María Kodama una liberación, pese a las diferencias de años entre los dos”, considera Vargas Llosa. Desde mediados de los setenta hasta la muerte del escritor en Ginebra, Kodama estuvo a su lado. Aunque su figura es algo controvertida entre borgianos, la opinión del peruano sobre ella no podría ser más favorable.

La pareja en un viaje a Palermo.

Ferdinando Scianna / Magnum Photos / ContactoPhoto,Ferdinando Scianna / Magnum Phot

Con los reyes de España en 1980.

EFE/ALBUM

En la ceremonia de entrega del Premio Cervantes en 1980.

EFE/ALBUM

El premio Nobel (que nos dedica su tiempo con una gentileza extrema, mientras se recupera de la COVID-19) publicó recientemente Medio siglo con Borges (Alfaguara), con un texto sobre esta precisa liberación del gran Borges. Se trata del artículo El viaje en globo, una referencia a una famosa foto, incluida en Jorge Luis Borges & María Kodama: la pareja subida a un globo aerostático sobre Napa Valley, California. El libro de Assouline atesora un valioso material gráfico (fotos de Xul Solar, el pintor amigo de Borges y ocasional ilustrador; documentos de la juventud del escritor, de su familia, de Buenos Aires...), pero quizá la gracia de Jorge Luis Borges & María Kodama está en las fotografías del prodigioso invidente que dictaba sus versos a aquella compañera vestidos con kimono, en Japón, o entre dromedarios, junto a las pirámides de Sakkara, paseando en la ribera del Sena, y otra famosa en el milenario laberinto de Creta.

María Kodama en 2007.

Mariana Eliano/Getty Images

En ella, el viejo escritor argentino, con el bastón de ciego y la mirada perdida, aparece en el laberinto de Knossos, en la isla de Creta. La imagen data del año 1984. Aunque es natural concebir la obra de Borges como un mundo sofisticadísimo erigido para dar la espalda a la vida y a sus zafiedades, hay que reconocer que, en este caso, fue la vida la que lo acabó dirigiendo a una de sus quimeras más fantásticas: ahí encontramos al gran poeta de los laberintos en la que fue la casa del Minotauro, de nombre Asterión. Borges, solo, en el laberinto, ¿hay una imagen más simbólica de su quehacer literario?

Borges, que era muy enamoradizo, ya había perdido la vista cuando conoció a Kodama.

FUNDACIÓN INTERNACIONAL JORGE LUIS BORGES

En el santuario de Izumo, en Japón, en 1984.

FUNDACIÓN INTERNACIONAL JORGE LUIS BORGES

En ese mismo año, en el laberinto de Knossos.

FUNDACIÓN INTERNACIONAL JORGE LUIS BORGES

Efectivamente, este autor frecuentó las imágenes de los laberintos, así como las de los espejos y los tigres. Sus célebres narraciones, sus ensayos y sus meditativos poemas están atravesados por una elegante sensación de irrealidad. En sus escritos escasea la descripción psicológica de los personajes, más allá de lo esquemático, y abundan los enigmas, las aporías filosóficas, las tierras exóticas, los espías, los templos arcaicos, la filología inglesa; Borges nos traslada ante gentes inmortales, gentes soñadas por otras gentes y conjetura universos paralelos. Acaso, entre todas, es la existencia del infinito la idea más dilecta del autor de El hacedor; así como la refutación del yo y de la libertad. Es algo inusitado, aunque no imposible, encontrar en alguna de las serenas y fatalistas páginas de Borges un signo de exclamación o una consideración política. ¿Qué hay del amor? ¿Es este universo literario un territorio propicio para las efusiones sentimentales entre personajes? En principio, no es el amor un asunto muy borgiano, pero es tiempo de ponderar tal aserción abriendo la lujosa edición de Jorge Luis Borges & María Kodama. Nótese, antes de nada, que en 1984 el escritor no se perdió solo en las ruinas del laberinto cretense del Minotauro: lo acompañaba Kodama, María Kodama.

La imagen de aquel instante de 1984 de Borges en la ruina del vetusto laberinto minoico procede de Atlas, un libro de prosas ilustradas, que narra una serie de los mentados viajes por el universo mundo. Leemos en Atlas, de ese mismo año: sobre el dédalo de Creta, observa el genio de Buenos Aires, “cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como María Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto”. El tiempo, el cosmos, la galaxia son laberintos, y viceversa, no obstante, el poeta se encuentra ahora, en el vientre del laberinto del Minotauro, en 1984, acaso extraviado... pero en compañía.

¿De dónde viene la polémica con Kodama, entonces? El biógrafo Xosé Carlos Caneiro nos lo cuenta: “[Kodama estaba] preocupada en todo momento por su salud, por sus apetencias, por su inspiración. María Kodama, a pesar de tantas críticas recibidas, fue una compañera ideal para los últimos años de Borges. Dicen que su compañía le valió la enemistad de muchos de sus íntimos. ¿Cómo saberlo? Jorge Luis Borges se fue alejando paulatinamente de cuatro de los amigos que [...] habían estado siempre a su lado: María Esther Vázquez, Silvina Ocampo, [Adolfo] Bioy Casares o Vlady Kociancich. La biografía de la primera resulta clara en cuanto a los motivos. Solo uno: María Kodama. Y sin ningún tipo de prudencia, afirma [Vázquez] taxativa: ‘La verdad, vivía muy solo. Muchos de sus amigos habían muerto y los pocos que le quedaban habían sido desplazados [...]’. Sin embargo, Borges no estaba solo, esa es la realidad. Lo acompañaba siempre María Kodama. A quien amaba. Y también Fanny, su inseparable Fanny”, corrige Caneiro. Según observaba Fanny, en este tiempo, Borges vestía mucho mejor. 

Laberinto de la Massone diseñado por Borges y Franco María Ricci.

Libro de Assouline: Jorge Luis Borges & María Kodama.

¿Tiene esta cierta plenitud sentimental efecto en la obra de Borges? Ciertamente, aquel profesor universitario y bibliotecario jubilado desde 1973, huérfano de madre desde 1975, ya estaba más que hecho. Desde hacía décadas Borges era Borges, no puede hablarse de grandes cambios. Aunque esta sección de la obra literaria del gran escritor es un retorno a viejos temas, la calidad de sus títulos es más que notable: El libro de arena, Historia de la noche, La memoria de Shakespeare, el mentado Atlas y su último libro, el poemario Los conjurados, de 1985, atesoran piezas maestras, de un estilo acaso menos hermético que el Borges más célebre (el de Ficciones, por ejemplo). Y en esas páginas se encuentra, cada tanto, a Kodama, lazarilla en el laberinto. En el comienzo de Los conjurados, por ejemplo:

“De usted es este libro, María Kodama. ¿Sería preciso que le diga que esta inscripción comprende los crepúsculos, los ciervos de Nara, la noche que está sola y lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma, la alta voz del muecín, la muerte de Hawkwood, los libros y las láminas?”.

Luis Alberto de Cuenca, poeta y miembro de la Real Academia de la Historia, nos confía unas consideraciones también preciosas: “Quizá Borges no sea considerado uno de los poetas llamados del amor, pero hay que decir que cuando lo hace, lo aborda de una manera profunda y exquisita. Tiene alguno de los poemas más bellos sobre el amor”. Añade este escritor archiborgiano: “Fue muy enamoradizo”.

En efecto, en su obra delicada y preciosa, los biógrafos descubren mujeres entre bambalinas: al inicio, en su poemario modernista, Margarita Guerrero. En la madurez, Estela Canto. En realidad, por la vida de este genio pasan muchas mujeres, ya sea como enamoradas ideales o como colaboradoras literarias (Delia Ingenieros, Luisa Mercedes Levinson, Betina Edelberg). Nunca como amantes. Entre todas estas, además, habrá que recordar a su primera mujer, Elsa. Pues bien, tras este trenzado de melancolías eróticas, llega 1971, cuando Kodama resulta ser el único amor correspondido del maestro... además de guía en viajes innumerables, de Japón a Madrid, de Madrid a California, de California a Islandia, y de título de honoris causa en honoris causa.

Vargas Llosa encuentra que en la obra escrita del último Borges se trasluce una felicidad desconocida en el autor: “La explicación es que María Kodama, la frágil, discreta y misteriosa muchacha argentino-japonesa, su exalumna [...] por fin lo ha aceptado y el anciano escribidor goza, por primera vez en la vida, sin duda, de un amor correspondido”. Por su parte, De Cuenca señala que la poesía del Borges en su etapa de los setenta y ochenta es tan fabulosa como la de las décadas anteriores. “En ficción es otra cosa, pero en poesía Borges para mí está igual de fresco e igual de vivo al inicio, en los años veinte, que al final de su carrera, en los ochenta”, considera. Para este buen conocedor de la obra del argentino, la obra de Borges no envejece con el cuerpo de Borges, especialmente en su lírica: “Vive en un presente eterno. Todos hemos empezado por sus cuentos, pero me gusta más como poeta que como narrador”. María Kodama, por cierto, también empezó a leer a Borges por sus cuentos. En el volumen de Assouline se nos relata el primer embrujo del estiloso Borges a través de la prosa, la irrepetible y enigmática prosa, de sus cuentos. Kodama leyó de niña Las ruinas circulares.

Palacio de los normandos en Palermo.

Ferdinando Scianna / FotoWare FotoStation

Hay numerosas musas en esta poesía, entre la mentada Concepción Guerrero, de su primer poemario (Fervor de Buenos Aires), y, al otro lado de la vida, 60 años después, Kodama, aura romántica de Los conjurados y de Atlas, compañera final del laberinto del cosmos, como lo fue del laberinto de Knossos, en Creta. Al inicio de la obra de 1984 leemos estas líneas que dictó Borges: “María Kodama y yo hemos compartido con alegría y con asombro el hallazgo de sonidos, de idiomas, de crepúsculos, de ciudades, de jardines y de personas, siempre distintas y únicas. Estas páginas querrían ser monumentos de esa larga aventura que prosigue”.

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