Crónica

CRÓNICA

El nuevo patrón del mal

Pasquín difundido por la Policía colombiana con una imagen del narcotraficante. ENEAS

Han puesto precio a su cabeza: cinco millones de dólares. Por tierra, mar y aire le persiguen 2.000 militares, 1.000 policías, helicópteros y aviones

Le llaman 'Otoniel', a los 16 años se hizo guerrillero y hoy es el nuevo Pablo Escobar de la droga

Es el polo opuesto a Pablo Escobar. El capo más sanguinario de la historia derrochaba dinero a manos llenas, le apasionaba coleccionar coches lujosos y abarrotar su mítica Hacienda Nápoles de caprichos caros como el zoológico con animales salvajes traídos de África. Otoniel Úsuga, por el contrario, es una rata de monte. Prefiere una hamaca a una cama, una camioneta de estacas a un todoterreno último modelo, y los bosques y selvas con sus infinitas guaridas a los centros urbanos.

Escobar, por el que ofrecían dos millones de dólares, tuvo en jaque durante años al Estado colombiano hasta que le cazaron en un tejado de Medellín. Para atrapar a Úsuga y desarticular su poderoso cártel, crearon en 2015 la operación Agamenón, de grandes proporciones. Aviones y helicópteros de combate, una fuerza de más de 2.000 efectivos del Ejército, 1.000 de la Policía, batallones de Fuerzas Especiales y agentes norteamericanos para pisarle los talones. A todo el impresionante operativo, Estados Unidos le agregó una recompensa de cinco millones de dólares por su cabeza.

En lo que coinciden ambos capos es en la capacidad para burlar cercos y corromper a las autoridades. Pero el final de sus días será semejante, salvo que Otoniel cierre la negociación de su entrega al gobierno. Si lo hace, no le construirán una cárcel a su medida, estilo La Catedral de Escobar, como hizo el presidente César Gaviria. Pero escapará de la muerte que le acecha. Ya no puede albergar dudas. Este viernes la Policía Nacional abatió a su mano derecha, alias Gavilán, que se creía invencible.

La madre de alias Otoniel, muy rezandera, no hace sino pedirle al Altísimo que le metan preso antes de que le acribillen a balazos. Nunca aprobó los malos pasos de su hijo, pero, aseguró en una entrevista que le hice en 2015, no hubo poder divino para cambiarle el rumbo.

Inicio guerrillero

Otoniel sólo contaba con 16 años cuando se enroló en el EPL (Ejército de Liberación Nacional), junto a Juan de Dios, uno de sus hermanos. La guerrilla era la única autoridad en su natal Nuevo Antioquia, un pueblo pobre, agrícola y ganadero, olvidado por el Estado, que apenas ha cambiado desde entonces. Situado en Urabá, región a orillas del Caribe y limítrofe con Panamá, a caballo entre los departamento de Antioquia y Chocó.

El matrimonio de Juan de Dios Úsuga y Ana Celsa David se estableció en la localidad cuando ya tenían cuatro hijos. La señora daría a luz cuatro más. Dairo Antonio, alias Otoniel, el penúltimo de los retoños, era un niño extremadamente tímido y callado al punto de no acudir a la escuela por temor a que el profesor le preguntara algo y debiera responder en voz alta.

Cuando salía con Juan de Dios por el pueblo, a veces se encontraban con guerrilleros. Les atraían los uniformes, los fusiles terciados, el poder que emanaban. «Cuando se volvió un hombre, se pegó las primeras borracheras y se iba con esa gente a tomar a las cantinas. Ahí les echaban el cuento y el cuento y el cuento, hasta que a ellos les calaba. No eran revolucionarios, ni Dairo Antonio ni Juan de Dios. Pero (el EPL) era lo único que había», contó la progenitora. «Los dos eran muy trabajadores, como el papá, no eran bandoleritos que estaban por ahí buscando cositas para coger», agregó la mujer.

«Era una región de vías intransitables, casi no había profesores y ningún policía. Mandaba el EPL y estábamos acostumbrados a verlos», relató a Crónica un ex paramilitar del mismo terruño, que conoció a los Úsuga.

En el EPL, donde le pusieron el alias de Gallo, aprendió a matar, a guerrear con el Ejército, a conocer los montes y selvas del Urabá como la palma de su mano. Hasta 1991.

Ese año, tras negociar con el Gobierno una salida política a su guerra, el EPL entregó las armas y la mayoría regresó a su casa. Pero los dos hermanos descubrieron que la paz no estaba hecha para ellos. Se unieron a la banda de Los Caraballo, una disidencia. Según Argamenón, en ese período también dio el salto a las FARC, donde permaneció unos dos años.

Guerra entre criminales

Urabá era entonces una caldera hirviente, con distintos grupos criminales disputándose los negocios ilícitos de toda índole, en especial el Golfo de Urabá, la joya de la corona, por el que los narcos sacaban la droga hacia Estados Unidos con escala en Centroamérica.

Cansado de las guerrillas, en 1996 cruzó de orilla para echarse en brazos de los paramilitares, como se conoce a las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia). Juan de Dios, que tomó el nombre de guerra Giovanny, le acompañó en el nuevo rumbo cuyo objetivo principal consistía en aniquilar a las FARC y controlar el narcotráfico. Dairo Antonio, por su parte, eligió el alias de Mauricio.

No tardaron los Úsuga en exhibir sus dotes de combatientes implacables y despiadados para ascender en la cadena de mando. Al nacer el siglo XXI, Mauricio (futuro Otoniel) ya era comandante.

«Era un jefe de pocas palabras, sencillo, de hacha y machete, pero no de lujos. Como que le incomodaban las comodidades», rememora un ex paramilitar que perteneció a su cuerpo de seguridad. «En una ocasión, los máximos jefes regalaron a cada comandante una Burbuja (Toyota Land-Cruiser) de unos 80 millones (24.000 Euros). Él dijo que tocaba vender esa camioneta porque era muy fina para él, que prefería una de estacas. Yo jamás le vi dormir en cama, aunque llegásemos a una finca y el dueño le ofreciera su dormitorio. Nos decía que le guindáramos la hamaca. Y se ganó el cariño de la gente porque no los maltrataba».

Cuando los dos Úsuga gozaban de mayor poder y estabilidad, el Estado Mayor de las AUC decidió firmar la paz con el gobierno de Uribe y desmovilizaron a sus 30.000 paramilitares. Los dos Úsugas no estaban dispuestos a perder lo que habían ganado. Junto a alias Don Mario, un mando que estaba por encima de ambos, fundaron un cártel al que el Gobierno bautizaría como Clan del Golfo. Dairo Antonio se cambió su alias por el de Otoniel.

La suerte corría de su lado. La Policía Nacional fue capturando o matando a sus principales competidores. Y en el 2009, detienen a Don Mario, la oportunidad de Otoniel de subir el último peldaño.

«Me toca ir para donde ese cerdo, qué pereza», le dice La Flaca a su padre. Pese al asco que le produce, atiende la llamada de su marido. «Tengo que volver con la plata», es la excusa que queda grabada en una de las interceptaciones que los investigadores hacen de sus llamadas. En el momento de la queja, Blanca Madrid, alias La Flaca, era la mujer del capo desde hacía cuatro años. Le repugnaba seguirle el juego, tener que alojarse en casuchas de madera y en campamentos en plena montaña de vegetación abigarrada, pero buscaba desesperadamente quedarse embarazada para lograr el lazo de sangre que atara la fortuna de Otoniel a su vida para siempre. Ya le había sisado muchos millones pero le parecían insuficientes.

Blanca residía en Medellín, junto a sus dos hermanas, con las que tiene un parecido físico asombroso. El jefe del Clan del Golfo estaba tan perdidamente enamorado de su esposa, que les pagó cirugías estéticas para que parecieran idénticas. Cuando Blanca no subía a las montañas a encontrarse con él, la sustituía una de sus hermanas y Otoniel se acostaba con la que fuera, sin que las otras se enteraran, según los policías que las siguieron durante un año para conocer sus secretos.

Blanca era la que manejaba buena parte de sus finanzas. Convenció a su marido de utilizar los servicios de dos reconocidos pastores evangélicos centroamericanos, para un doble propósito. Escudados en su aureola de hombres religiosos, podrían lavar el dinero del capo. De paso, le harían rezos para que siempre estuviera a salvo.

Caída de Blanca

Otoniel picó el anzuelo y hasta 2015 que detuvieron a Blanca y a sus compinches, funcionó la estratagema. Los pastores acudían a Otoniel para recibir dinero y millonarias donaciones, cuyas cuantías Blanca sugería, a cambio de sus oraciones. Con los fondos, comparaban propiedades y construyeron una red de pequeños templos cristianos que también sirvieron para limpiar los dineros de la droga. De todo, Blanca se llevaba un pellizco a espaldas del capo.

En febrero del 2015 cayó en una redada con su hermana Martha y otros familiares y colaboradores del antiguo guerrillero y ahora aguardan sentencia en la cárcel.

Los investigadores de Argamenón descubrieron, además, que Otoniel es un depravado que ha desvirgado a incontables niñas menores de 12 años. Antes solía mandar a sus hombres a buscar niñas preciosas por todo el Urabá. Pero ahora está obligado a conformarse con lo que encuentra a su paso en los parajes apartados donde acampa cada noche. Viola a las hijas de campesinos, temerosos de no cumplir sus deseos. Les paga una suma que ronda los dos millones de pesos (unos 600 euros) para agradecer los servicios prestados, cerrarles la boca y pagar el aborto si es el caso. Una vez satisfecho, las olvida.

Otros problemas ocupan sus pensamientos. Además de los negocios que lleva a distancia, y de controlar las decenas de bandas pequeñas que trabajan para ellos en media Colombia, sufre problemas de colon, han hallado medicamentos para el riñón en alguna de las guaridas a las que llegó la policía, así como colchones ortopédicos y pastillas para los dolores lumbares. Los años de trasiego por las montañas están pasando factura.

Su madre asegura que nunca se puede encontrar con él, ni le llama ni le escribe, porque no quiere servir de carnada a sus captores. Parece que con sus cinco hijos, de distintas mujeres, tampoco mantiene contacto. Pese a la frialdad de carácter y su corazón pétreo, cada día se siente más acorralado y desmoralizado. El golpe más duro lo recibió en el 2013, cuando un comando de la policía abatió a su hermano Juan de Dios. Luego vino el apresamiento de su hermana Nini Johana, de su esposa, de primos y subalternos de sus entrañas, amén de que sus padres tienen la mayoría de sus bienes incautados.

Argamenón, además, ha confiscado a su organización 97 toneladas de cocaína, lo que genera un clima de desconfianza hacia sus lugartenientes y provoca una oleada de purgas internas para dar con los soplones.

Consciente de que el círculo se estrecha y que la operación Agamenón, bajo el mando del experimentado brigadier general Jorge Luis Vargas, ha quitado del camino a muchos de sus hombres de confianza y terminará por alcanzarle, Otoniel acepta, según una fuente bien informada, negociar su entrega. «Yo quisiera que mi hijo estuviera en la cárcel, estaría más seguro y se podría arrepentir e irse al cielo», decía su madre. Lo único seguro es que el nuevo patrón del mal tiene los días contados.