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Contra la 'Operación Kilo'

Recogida de alimentos en una tienda de Sevilla CONCHITINA

La ineficiencia económica de esta campaña resulta tan clara que sorprende que aún exista

¿Por qué preferimos regalar un kilo de garbanzos que hacer un donativo económico?

La Navidad está repleta de pequeñas tradiciones irritantes. El turrón duro. Las 'preuvas'. Doña Manolita. ¡¡¡Cortylandia!!! Pero, de lejos, mi mayor archienemiga es una costumbre que goza de una buena fama casi unánime: la Operación Kilo.

[Antes de ser lapidado, aclararé lo obvio: apoyo que todo el mundo coma tres veces al día, a ser posible algo más variado que legumbres. Y, sobre todo, creo que el Estado debe hacer mucho más para garantizar la nutrición de los ciudadanos].

Dicho esto, no soporto las montañas de arroz, lentejas y aceite de girasol que se apilan estos días a las puertas de los supermercados. No dudo de la buena fe de los donantes, pero me asombra que no piensen en lo que ocurrirá luego con tanta comida. Alguien tendrá que custodiarla, cargarla y transportarla a un banco de alimentos, que a su vez deberá almacenarla, dividirla en lotes y luego entregarla a las familias necesitadas.

La ineficiencia económica -y ambiental- de este proceso resulta tan clara que sorprende que la Operación Kilo siga existiendo. Sobre todo, cuando hay una alternativa facilísima: hacer un donativo a un banco de alimentos. Con ese dinero, podrían priorizar los productos más necesarios, negociar rebajas al comprar a gran escala y, de paso, ahorrar costes de transporte y almacenamiento: ¿cuántos millones de kilos de arroz se apilarán estos días en sus hangares?

Es cierto: a determinados donantes, les da seguridad entregar comida que dinero. Pero ha habido suficientes escándalos de bancos de alimentos querevendían sus productos para que este argumento se tambalee. En el fondo, para evitar malversaciones, la única alternativa es confiar en ONG sometidas a controles estrictos de la administración.

Otra defensa de la Operación Kilo es el argumento emotivo. Tras llenar un carro de supermercado, es más fácil que accedamos a dejar una caja de mazapanes en el montón. Pero nada impide que los voluntarios aguarden a la salida con una hucha o, ya puestos, una app de móvil que garantice que el donativo económico vaya al destino adecuado.

En el fondo, quizá la Operación Kilo funciona por el atractivo de lo tangible. Nos resulta más satisfactorio donar cosas que algo tan inmaterial como una transferencia bancaria. Pero si hemos sido capaces de virtualizarlo todo, hasta el sexo, la caridad no puede (ni debe) ser más complicada.

Así que cambiemos la Operación Kilo por la Operación App. Lo de Cortylandia, en cambio, lo doy por perdido.