Sociedad

Incendios Galicia

Historia de un brigadista pirómano

Michael G., el brigadista pirómano. Luis Núñez-Villaveirán

Michael fue detenido el 9 de octubre en Lobios (Orense) acusado de seis incendios. Llevaba 4 años trabajando en la extinción en verano

Xosé perdió su casa en el pueblo de los 1.500 incendios

El eucalipto tiene la culpa

El pasado domingo 8 de octubre, la tarde antes de que lo detuvieran, el brigadista forestal Michael G. F., de 21 años, trabajaba con un compañero de otra cuadrilla que hacía una sustitución. Estaban ambos sentados en el monte, en una piedra, delante de un terreno que se acababa de quemar y que vigilaban por si el fuego se reavivaba. "¡Qué mala suerte tenéis en vuestra brigada!", le comentó el sustituto todo inocente. "En lo que va de año lleváis 17 incendios y nosotros uno". Michael, según quien refiere la conversación, sólo asintió: "Sí, sí, s í".

Unas horas después, el lunes por la mañana, la Guardia Civil ponía fin a la operación Lumex, desplegada meses antes para demostrar que la proliferación de incendios en la zona coincidiendo con los turnos de trabajo de Michael no era casualidad como pensaba el brigadista sustituto. Lo detuvieron cuando trabajaba en las labores de extinción de un fuego en los alrededores del municipio que lo había contratado por cuarto verano consecutivo: Lobios (Ourense). [En Lobios esta semana se han quemado 1.500 hectáreas en un incendio que entró por Portugal, cuando Michael ya se encontraba en prisión provisional, comunicada y sin fianza].

Los agentes que lo detuvieron, según ha podido saber EL MUNDO, le habían colocado un dispositivo de seguimiento en el coche para confirmar sus sospechas: que él era el responsable de los fuegos que se declaraban en la zona, muchos en el trayecto de su casa -en la aldea de Puxedo, también en Lobios- a su puesto de trabajo. Michael supuestamente los prendía y participaba luego en la extinción. Los investigadores le atribuían la autoría de seis incendios provocados entre agosto y octubre de 2017 y, según trascendió de su declaración judicial al día siguiente, él reconoció tres de ellos.

-Yo sabía que lo iban a detener porque llevaba dos meses colaborando con la investigación, pero no sabía cuándo. Estaba él solo conmigo, serían las 10 de la mañana.

-¿Y cómo reaccionó?

-Ni lo miré a la cara, no quería ni mirársela. Me preguntaron por él, lo señalé, bajó y no quise mirarlo porque puso en peligro mi vida y la de mis compañeros.

Con esta contundencia habla el jefe de la brigada de Michael, quien no tiene reparo en dar su nombre, Yago Pérez, ni en reconocer que ha ayudado a la investigación. "Hay mucha gente que sabe quién prende y se calla, pero si nos callamos todos, esta gente nos quema vivos", dice.

Describe el capataz al presunto incendiario como un chico extremadamente introvertido y de los que no eran precisamente de los primeros en remangarse cuando llegaba la hora de currar. Le preguntamos si Michael es un pirómano de manual, de los que contemplan el fuego con patológica fascinacion y dice que sólo una vez lo vio en esta tesitura: "El año pasado, en el incendio del Pisco, se quedó bloqueado. Teníamos delante unas llamas de 20 metros y pico, había que salir por patas y el tío no se movía. Se quedó agarrado a la manguera, mirando, seco. Hasta que otro tiró de la manguera".

Ha trascendido estos días en la prensa local gallega que Michael habría dicho a la Guardia Civil que actuaba por dinero. Que cobró 200 euros por dos de los incendios que reconoció, dinero que un misterioso hombre que lo contactaba con número oculto y al que sólo vio una vez le dejaba a las puertas de un bar cerca de su casa. Los agentes siguieron este hilo y detuvieron a otro vecino de Lobios de 59 años al que nadie en la localidad pone identidad y que quedó en libertad.

A Yago el móvil del dinero no le cuadra y tiene su propia teoría: "No le gustaba trabajar. Yo decía: 'Mañana vamos a ir a desbrozar a tal sitio. Y allí había un incendio. '¿Y después de apagar este incendio tenemos que ir a desbrozar?'. A una persona normal sólo le importa apagar el fuego, no lo que hay que hacer luego".

Menciona el capataz machaconamente durante nuestro encuentro la palabra "prevención". "El problema no es este tío que prende fuego ni otros como él, porque esa gente no la vamos a eliminar. El problema es que no hay prevención".

El mismo soniquete -"prevención, prevención, prevención"- escuchamos a un grupo de brigadistas que toma pulpo en un restaurante de Lobios. "Si tienes esta mesa y la divides en seis parcelas con unos cortapistas te arden unas hectáreas. Pero si la tienes sin preparar te arde la mesa entera sea el incendio provocado o sin provocar", dice uno de ellos.

Este jueves están de retén, es decir, de guardia, y andan muy pendientes de los sonidos que emite el walkie-talkie que han colocado sobre un resalto por si tienen que salir pitando. El día 20 acaba su contrato de tres meses de verano, como también acababa el de Michael. Cuentan que cobran 850 euros al mes independientemente de si la jornada se prolonga por un incendio y que están muy hartos de que se mire con recelo a los brigadistas cuando hay una oleada de incendios: "No hay ningún brigadista que tenga interés en que arda el monte. Eso es un bulo".