España

El PP traslada la guerra con Ciudadanos al Congreso e impedirá que venda los logros del pacto

POLÍTICA

Albert Rivera se dio un baño de masas en Barcelona durante la manifestación de guardias civiles y policías a favor de la equiparación salarial. Enric FontcubertaEFE

La relación institucional entre el PP y Ciudadanos se adentra en una nueva etapa. La convivencia pacífica que se derivó del acuerdo de investidura se ha terminado. El enfrentamiento vivido en Cataluña ha minado la interlocución del Gobierno y del partido de Albert Rivera. A partir de este momento la cohabitación en el Congreso será mucho más compleja.

La necesidad de obtener el respaldo de Cs en la investidura obligó a Mariano Rajoy a negociar una larga serie de compromisos que maniataban su acción política. Rivera impuso al PP algunos de los puntos más emblemáticos de su programa. Fueron 150 medidas para "cambiar" España, que el PP aceptó con diferente grado de entusiasmo [lea los compromisos en PDF]. Algunos colaboradores del presidente señalaron entonces que ese acuerdo significaba la "renovación" ideológica que los populares tenían pendientes. De hecho, en el congreso que el PP celebró unos meses después no hubo prácticamente renovación programática.

Gobierno y PP comenzaron a impulsar las promesas asumidas a regañadientes. Para Ciudadanos, el viraje que supuso votar a Rajoy, después de asegurar que no lo harían, tampoco fue fácil. En la órbita popular se mantiene que Rivera fue obligado a este pacto por empresarios cercanos al partido, que prestan apoyo financiero a Ciudadanos.

Con recelos por ambas partes, la legislatura echó a andar. Desde el principio Ciudadanos dejó claro que pensaba ejercer su rol de socio prioritario. Ni una sola vez dejó pasar la oportunidad de colgarse una medalla, de transmitir a la opinión pública los compromisos arrancados al PP en la negociación de los presupuestos o de una iniciativa legislativa. Fuentes parlamentarias explicaban que la exigencia de contarlo ellos, de atribuirse el mérito siempre, ha formado parte de sus condiciones.

Ahora el PP asume esa política de gestos como un "fallo". Fuentes del partido y de Moncloa corroboran esta sensación, muy extendida en el Gobierno y en la cúpula popular. Han permitido que Ciudadanos ofreciera siempre su versión de las cosas, incluso que se adelantara a los anuncios del Ejecutivo. Ha sido, subrayan, un "error". Los populares reconocen que estas concesiones han ayudado a Ciudadanos, pero aseguran también que ha resultado muy complicado corregirlo porque Rivera ha incurrido constantemente en una "deslealtad". No sólo, explican fuentes del Gobierno, corrían a contar todo a la prensa y adelantaban posiciones del Ejecutivo. También dinamitaban pactos con imposiciones de última hora. Varias fuentes consultadas utilizan la misma palabra -"deslealtad"- para referirse a la dinámica parlamentaria con Ciudadanos o a las negociaciones con el Gobierno. Se recuerda además su constante predisposición a apoyar al bloque PSOE-Podemos en la Cámara "por activa o por pasiva", con su voto o su abstención.

Ahora el PP y el Gobierno se proponen cambiar la actitud mantenida en los últimos meses. Ni agua a Ciudadanos. Los populares evitarán a partir de ahora que se adelanten y coloquen su relato en la opinión pública. No en vano Rajoy dijo el lunes pasado en el Comité de Dirección que era necesario mejorar la comunicación y vender más lo que hace el Ejecutivo. En una semana ya ha sido perceptible una mayor presencia mediática de los ministros. E incluso un tímido esfuerzo por tener más iniciativa política con propuestas como la de Fátima Báñezsobre las pensiones o el compromiso de Juan Ignacio Zoido con la equiparación salarial de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en la línea de lo que exigían los barones del partido.

Pese a que el mensaje público que ha transmitido Rajoy es que hay que hacer el caso justo al avance de Ciudadanos, la realidad es que el PP tiene el miedo metido en el cuerpo y el propio presidente se lanzó ayer a la remontada en el acto en Sevilla. El empuje de Rivera y el resurgimiento de la corrupción del PP en un año plagado de juicios vaticinan un 2018 desolador. Sólo la economía puede dar alguna alegría, aunque la sensación interna es que el margen de acción del Gobierno sobre subidas salariales o ayudas sociales es muy limitada. Las vacas gordas se han extinguido.

Cataluña ha supuesto un antes y un después en la convivencia institucional de Ciudadanos y PP. Los populares no perdonan los ataques que recibieron en la campaña y menos aún su negativa a cederles un diputado para que puedan tener grupo parlamentario en el Parlament.

Este distanciamiento tendrá consecuencias en el Congreso. Desde el PP aseguran que "toman nota". No se puede hablar de ruptura porque es evidente que la continuidad de la legislatura depende de Cs. Pero sí señalan que "las relaciones, entre unas cosas y otras, se deterioran". Y dan por supuesto que "va a ir a peor". "Ellos no gobiernan. Gobernamos nosotros", señalan, para recordar a continuación que "no quisieron entrar en el Gobierno". "Sólo querían un pacto de investidura. Nunca han querido asumir la responsabilidad de gobernar. Ni en comunidades autónomas ni en ayuntamientos". Su estrategia es "no mojarse", subrayan.

A la intención de cortar las alas a Albert Rivera en el Congreso en todo lo relacionado con vender logros, el PP sumará una presencia más activa del Gobierno en los territorios para evidenciar la falta de estructura de Cs en algunas comunidades o su nulo peso político.

A falta de comprobar si todas estas iniciativas consiguen frenar a la formación naranja, la dirección popular ha impuesto a nivel nacional un discurso duro contra ellos. De crítica feroz y de aislamiento, situando al PSOE como único referente para los acuerdos como el del futuro de las pensiones o la financiación autónoma. Para que Rivera no siga haciendo méritos.