Crónica

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A LA CONTRA

Abdelsalam Al Busairi: el 'Forrest Gump' de Libia quiere correr hasta Moscú para lanzar un mensaje

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Aquel día, sin ninguna razón en particular, decidí salir a correr. Corrí hasta el final del camino, y cuando llegué, pensé que tal vez podía correr hasta el final del pueblo. Y cuando llegué, pensé que tal vez podía correr hasta el condado de Greenbow...». En el remoto sur de Libia pocos conocen la cinematográfica caminata de Forrest Gump. Se cuentan con la palma de una mano quienes han escuchado la sabiduría de su progenitora: «La vida es como una caja de bombones, nunca sabes el que te va a tocar». Y, sin embargo, uno de sus vecinos más ilustres, Abdelsalam al Busairi, se ha propuesto emular -a su modo- la gesta de aquel chaval de Alabama que galopaba como el viento. «En mi primer viaje corrí durante 450 kilómetros desde Sabha [una ciudad a 640 kilómetros al sur de Trípoli] hasta casa», relata a Crónica este treinteañero nacido en el pueblo de Qaraqra y curtido en las maratones que se celebraban en Libia antes del naufragio.

El periplo que inauguró su aventura acaeció en 2015. La muerte de su tío en mitad del fuego cruzado -el cuarto pariente caído desde las revueltas de 2011- fue el detonante. Desde entonces sus zapatillas se han pateado la otrora patria de Muamar Gadafi, transfigurada hoy en un reino de taifas donde una constelación de milicias, ejércitos y gobiernos rivales litigan salvajemente por el poder. «He recorrido ya casi 2.500 kilómetros. En los pueblos a los que llego siempre me reciben la policía, las autoridades y los vecinos. Los saludo y me quedo a pasar un día con ellos. Los escucho y me escuchan. Luego, prosigo mi viaje», comenta empeñado en unir con sus zancadas los restos de un Estado fallido, ruta de refugiados que huyen de su propio horror y hogar de extremistas, contrabandistas de armas y nostálgicos del coronel.

Infatigable, Abdelsalam atraviesa oasis, desiertos y sierras agitando una bandera que reza «Tolerancia y reconciliación por nuestra patria». Obsesionado con hacer sanar las heridas, el joven arrastra su mensaje entre trincheras, hasta donde el ruido de la guerra se ha convertido en rutina. «No podía no ir a los lugares calientes. He encontrado personas amables y buenas que han perdido la confianza en los otros», asevera cargado de optimismo. «Si Dios lo quiere, un día dejarán las armas. Se aburrirán de los combates y se sentarán en torno a una mesa. Mi objetivo es propagar la paz por mi país. Cada compatriota tiene el deber de contribuir a recuperar la unidad», musita. «Libia volverá a pesar de todo, de esta guerra y de su destrucción».

En el mapa que construyen sus pisadas no hay lugar vedado ni atajos sencillos. Ha transitado las fronteras con Túnez y Egipto e irrumpido en epicentros del levantamiento contra Gadafi como el enclave mediterráneo de Misrata, donde el cadáver del dictador fue expuesto como un trofeo de guerra. «En el último trayecto -arguye- visité una zona peligrosa en la frontera con Níger y jamás tuve ningún problema». El pasado marzo se adentró en Derna, una villa controlada por un grupo de milicias y bajo asedio de las tropas del general Jalifa Hafter. «Accedí a través de un corredor controlado por el ejército. En mis conversaciones he comenzado a percibir cambios positivos. La gente quiere paz. Están hartos de matanzas y tienen la necesidad de reconciliarse pero esperan aún un líder capaz de volver a unirlos. Yo les convenzo para que hablan con el enemigo».

Mecenas de su causa

Su fama, que se ha propagado por todos los rincones del país, le ha granjeado los primeros mecenas de unos viajes que hasta ahora sufragaban sus modestos ahorros. Entre sus flamantes patrocinadores figura la compañía de telefonía nacional Libyana. «Estoy preparando otras dos misiones para los próximos meses», narra Abdelsalam. Como en el celuloide, su hazaña ha ido sumando adeptos hasta lograr una legión de admiradores. «En cada nueva expedición crece mi entusiasmo. A veces hay quien me acompaña corriendo durante el trayecto que une dos ciudades cercanas. Recibo muchas muestras de ánimo. Mi familia, mis amigos y mis vecinos son los primeros en apoyarme. Jamás me he topado con alguien que rechazara mi iniciativa», admite. En los fotogramas captados en su llegada a varias poblaciones, caravanas de coches y motocicletas escoltan sus pasos.

Cuando su peregrinaje concluya, este singular emisario -que dedica las mañanas a la lectura del Corán y las noches a practicar deporte- ya barrunta su salto al viejo continente. «Quiero viajar a Italia, cruzar Europa y el próximo año llegar a tiempo a Rusia para lanzar un mensaje al planeta coincidiendo con el Mundial de fútbol: los libios queremos la paz». «Espero», agrega, «que cada gota de sudor que ha resbalado por mi rostro haya servido para lograr que las armas callen por fin».