UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

Cursos de El Escorial

Cine y literatura al límite de la realidad

Manuel Gutiérrez Aragón. JOSÉ AYMÁ

'Manuel Gutiérrez Aragón: entre el cine y la literatura'. Así se titula el curso que en El Escorial analiza la figura del más cervantino de los creadores españoles

Su universo creativo apura la realidad hasta el límite de lo fantástico. Y así desde que a principios de los 70 irrumpiera con 'Habla mudita'

Mantiene Foucault en Las palabras y las cosas que el propio Quijote no es tanto carne enjuta sobre hueso largo, como signo. "Todo su ser no es otra cosa que lenguaje, texto, hojas impresas, historia ya transcrita. Está hecho de palabras entrecruzadas; pertenece a la escritura errante por el mundo", se lee. En efecto, La Mancha por la que mal galopa el hidalgo hace tiempo que ha abandonado "los juegos antiguos de las semejanzas". La realidad vive infectada de la ficción que le da cobijo, alas y finalmente sentido. Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942) lo sabe y se diría que, a fuer de cabalgar universos, ha acabado él mismo siendo palabra. Quizá Quijote.

Lo supo desde probablemente sus primeros días. Lo contaba él mismo en el discurso de entrada en la Real Academia de la Lengua: "Los orígenes de mis propias narraciones fueron los cuentos maravillosos y los héroes sometidos a prueba. Aquellas mis primeras ficciones eran orales, ante un auditorio familiar. Hacía aparecer personajes fantasmales, de colores saturados por la pasión, sin más soporte sólido que la narración en sí misma, la palabra". Y ahí lo dejaba. Bueno, luego contaba cómo atormentaba a sus hermanos pequeños con relatos tenebrosos. Pero eso es otra historia.

La que nos importa se cuenta estos días en El Escorial, no lejos de donde un emperador se soñó mendigo. Manuel Hidalgo es el encargado de dirigir un curso dedicado a buscar símbolos, a deshacer signos, a dar con la parte más íntima de un cineasta, de un guionista, de un novelista, de todo un señor académico de la RAE, de, en definitiva, un signo. Ése es, de nuevo, Manuel Gutiérrez Aragón. Y ahí andan críticos, historiadores y escritores como Carlos F. Heredero, Vicente Molina Foix, Antonio Weinrichter, Carlos Reviriego, Santos Sanz Villanueva, José María Merino, Nuria Vidal, Eduardo Rodríguez Merchán, Román Gubern, Fernando Lara, Fernando Méndez-Leite y Fernando Lara. Todos dispuestos a dibujar la línea más corta que va de la imagen a la palabra.

"Si algo distingue la obra de Gutiérrez Aragón es el término realismo fronterizo. Parte de la realidad, pero su intención es siempre transcenderla para llegar al límite de la fantasía», comenta doctoral Hidalgo. "Su intención es siempre acercar lo real hasta el límite de lo fantástico", insiste Heredero. "Pese a provenir del oficio de escritor, su cine más elaborado y que mejor le define ha intentado siempre construir un lenguaje propio de imágenes, cerca de la fantasmagoría y en debate constante con la realidad», continúa Reviriego. "Su literatura", dice ahora Sanz Villanueva, "se mantiene en ese mismo ámbito entre la fantasía, el arquetipo, la fabulación y el absurdo. No en balde, es parte de la generación de Eduardo Mendoza, José María Merino o Luis Mateo Díez. Y todo ello, tanto el cine como las novelas, son fundamentalmente cervantinas, quijotecas". Hemos llegado.

En efecto, repasar la biografía de este cántabro que llegó a Madrid con deseos de ser periodista y que acabó de cineasta por guionista es cosa de palabras. "El oficio de narrar historias me venía de la literatura y, tal es así, que mis compañeros en la Escuela de Cine me veían, todo lo más, como escritor de lo suyo", ha declarado en más de una ocasión. Y así, hasta descubrir el mayor de los hallazgos. "Las primeras prácticas con la cámara me enseñaron que para hacer que el contenido de un plano, de una toma, pareciera real había que recolocar las sillas, las mesas y a los actores que se movían entre ellas... No valía lo que es natural para construir la naturalidad", recuerda el propio Gutiérrez Aragón. Reconstruir lo real para que sea real.

Luego llegó su debú como director en Habla mudita (1973). Y acto seguido su confirmación como el más provocador, sugerente e iluminado de sus contemporáneos. Merced a Camada negra (1977), Sonámbulos (1977) y El corazón del bosque (1978) se confirma como un creador en el que la reflexión política se da la mano con el deseo de experimentar más allá de lo evidente hasta configurar las marcas de un universo particular, fantasmagórico y deslumbrante. Cuando en los años 80 ruede Maravillas (1980), Demonios en el jardín (1982), La mitad del cielo (1986) y La noche más hermosa (1984) -por citar sólo lo imprescindible- quedaría ya para los restos la construcción no sólo de un corpus cinematográfico sino de un lenguaje propio a medio camino entre la realidad y el sueño, entre la ilusión y la furia, entre la denuncia y la necesidad de la utopía. Estamos ante un cine que él mismo es signo, ante una imagen que convierte la realidad herida de la Transición española en palabra, en símbolo. Como, de nuevo, el propio Quijote hiciera con su tiempo, con la modernidad entera.

"Toda su obra", comenta Hidalgo, "está atravesada de tensiones internas que la definen. Es cine literario por la misma razón que la mejor literatura también es cinematográfica". "Si uno se acerca a El corazón del bosque con los ojos de ahora, no con la posible lectura política o coyuntural que tuvo en su momento, descubre una intención abstracta que le coloca a la altura de lo imperecedero", señala Reviriego obsesionado por las fantasmagorías erizadas de una puesta en escena que cambia como las texturas de la niebla sobre el bosque. "Recuerdo un primer relato anterior a sus novelas [ahora el que habla es el crítico literario Sanz Villanueva]. El mar sobre Sevilla, se titulaba. Era literalmente eso. La reconstrucción perfectamente realista de un océano sobre la ciudad andaluza. La vida antes de marzo, Gloria mía y Cuando el frío llegue al corazón, sus tres novelas, hacen pie, como el resto, en un universo que se alimenta de lo fantástico, del absurdo y de un sentido del humor punzante que no renuncia a la realidad o, mejor, que se sirve de ella consciente de que no existe realidad sin narración".

Heredero va más allá y tras señalar que nadie como él ha adaptado al Quijote en pantalla y en sus justos términos melancólicos y derrotados, no existe en el cine español nadie tan cabalmente cervantino como él. "Además, ese mismo equilibrio entre lo real y lo otro le acompaña en la vida. Un hombre de natural escéptico e irónico y que siempre se ha relacionado de forma heterodoxa con la política (abandonó el PCE en el momento en el que se legalizó) no ha dudado en implicarse con la sociedad de las más diversas formas", dice el director de la revista Caimán Cuadernos de Cine. Y, en efecto, tras pasar por la SGAE, por la Fundación Luis Buñuel, ahora ya es académico de la Lengua. Comprometido por iluso; iluso por realista. Y así.

"El libro es menos su existencia que su deber. Ha de consultarlo sin cesar a fin de saber qué hacer y qué decir y qué signos darse a sí mismo y a los otros para demostrar que tiene la misma naturaleza que el texto del que ha surgido", escribe Foucault del Quijote. Y quién sabe si por azar o necesidad lo hace también de Manuel Gutiérrez Aragón. Un hombre que, en cine o su contrario, es signo, palabra, símbolo.

1 Comentario

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Será el menos cervantino de los directores. Porque del espíritu del Quijote ni un atisbo en su película. Excelente persona eso sí.