Los niños lo aprenden en los tres últimos meses de gestación al "escuchar" a su madre desde el útero. Los llantos de los bebés africanos son más cantarines que los europeos.
Nuestro acento nos identifica ante los demás. Por ejemplo, desvela nuestro lugar de origen sin que tengamos que decírselo a nadie. Tras un par de frases, nos resulta sencillo distinguir a un francés de un alemán o un italiano. Pero, ¿y si el acento nos delatase antes incluso de que aprendamos a hablar?
Eso es lo que ha demostrado un reciente estudio científico de Kathleen Wermke, profesora de Antropología Lingüística en la Universidad de Würzburg (Alemania): que los bebés lloran con el acento de su madre nada más nacer. Según sus investigaciones, los recién nacidos interiorizan las pautas sonoras de su idioma durante el último trimestre de gestación. Y, tras el parto, reproducen la entonación de una lengua que ya habían empezado a aprender antes de ver el mundo por primera vez. «El feto sólo puede percibir la melodía y el ritmo de la lengua de su madre, así que acaba copiando su acento», afirma Wermke por email.
Por eso, y aunque para un oído sin entrenar todos los llantos suenen igual de estridentes, un bebé nacido en China o en Camerún no llora igual que un alemán o francés. Así, el acento de los niños asiáticos y africanos suele ser más melódico que el de los europeos, porque en sus idiomas los tonos graves y agudos determinan el significado de las palabras. Esto explica por qué algunos lloros suenan más cantarines que otros.
Las últimas investigaciones de Wermke van más allá de identificar el acento de los bebés. También se ha descubierto que se pueden detectar los futuros trastornos del lenguaje de una persona antes de que pronuncie su primera palabra. La clave está en estar atentos a su forma de llorar. Eso sí, este método tiene sus limitaciones. «Los factores sociales afectarán cada vez más al desarrollo de su lenguaje a medida que el bebé crezca», aclara Wermke.
El equipo de la Universidad de Würzburg preparó dos estudios para llegar a estas conclusiones. El primero, de 2009, analizaba los llantos de 60 recién nacidos: 30 alemanes y 30 franceses procedentes de familias monolingües. Así se dieron cuenta de que los niños de Francia lloran siguiendo una curva melódica ascendente, mientras los germanos hacen todo lo contrario: pasan de los sonidos agudos a otros más graves.
Pero es el segundo estudio, publicado este verano, el que recoge las observaciones más curiosas. Por ejemplo, que los bebés de Camerún lloran durante más tiempo y con un tono más variable que los alemanes. Además, los científicos observaron cómo los pequeños responden a sus padres, o eso intentan, articulando sonidos similares a las vocales que pronuncian los adultos.
Así, ambos trabajos han demostrado lo que, según la investigadora, algunos padres ya habían detectado por sí mismos: que no todos los bebés suenan igual. Y, de paso, permite que quienes se afanan en hablar con la tripa de las embarazadas dispongan de una explicación científica para su costumbre. Aunque, según Wermke, los demás siempre estarán en desventaja respecto a las madres: «La voces del exterior tendrían que sonar muy alto para alcanzar el oído del bebé, mientras que la voz de la embarazada se oye bien en el útero». @lucia_mos