Juegos Olímpicos Río 2016

España tiene futuro olímpico, pero ¿cuál es el modelo?

Un guiño a Tokyo 2020 durante la ceremonia de clausura de Rio 2016. A. THUILLIERAFP

Pese a la edad media de los medallistas españoles (28,5), la más alta desde Barcelona'92, hay relevo, pero en riesgo por el futuro del plan ADO

Un muro blanco rodea las 100 hectáreas que, a media hora del icónico cruce de Shibuya, un paseo para una ciudad infinita como Tokio, será el centro del mundo en cuatro años y allí se proyecta una España huérfana: la presumible ausencia de los dos últimos abanderados, Pau Gasol (36 años) y Rafael Nadal (30), invita a la melancolía y, pese a su motivación, cuesta imaginar la presencia en condiciones de podio de referentes como Ruth Beitia (37), Saúl Craviotto (31), Maialen Chourraut (33), Lydia Valentín (31) o Marina Alabau (31). Antes de la inauguración de los próximos Juegos el 24 de julio de 2020, el deporte nacional deberá vivir un cambio generacional profundo. Aunque la edad de los últimos medallistas fue la mayor desde el despertar olímpico en 1992 (28,5 años tenían de media los héroes de Río por 26,8 los de Londres 2012, sin contar los equipos); aunque el palmarés de los veteranos se advierte inmejorable, el temor al futuro se vence con un repaso a los jóvenes más destacados.

Mireia Belmonte (25 años, que le convierten en veterana) y Carolina Marín (23), ya campeonas olímpicas, tienen carácter sobrante para confirmarse como estandartes y, detrás de ellas, se agrupa una generación ya probada: en piragüismo, Marcus Cooper (21), Cristian Toro (24) o Sete Benavides (25); en atletismo, Orlando Ortega (25), Bruno Hortelano (24) o Álvaro Martín (22); en taekwondo, Eva Calvo (25) o Jesús Tortosa (18); en tenis, Garbiñe Muguruza (22); en natación, Joan Lluís Pons (19), Hugo González (17) o María Vilas (20); en baloncesto, Alba Torrens (26) y Nikola Mirotic (25) como líderes; en boxeo, Samuel Carmona (20); en gimnasia, Rayderley Zapata (23) y Néstor Abad (23); en triatlón, Mario Mola (26) y Fernando Alarza (25), en judo, Francisco Garrigós (21); en vela, las duplas formadas Jordi Xammar-Joan Herp (23) y Diego Botín-Iago López (22 y 26)...

Con exagerada precipitación, se puede prever otra edición cerca de las 20 medallas, aunque, para ello, se requiere el mantenimiento de una estructura de ayuda. Y, hoy por hoy, existen dudas. A la inestabilidad por la falta de Gobierno y, por lo tanto, de nuevos presupuestos, se suman tres factores que ponen en riesgo la actual organización del deporte basada en las becas del programa ADO: el fin del contrato olímpico de RTVE, la indefinición sobre los beneficios para patrocinadores y el aumento de los mecenazgos individuales.

Cuando el actual programa acabe el 31 de diciembre de 2016, las empresas interesadas en ayudar a los atletas el próximo ciclo olímpico no sabrán ni en cuántos anuncios saldrá su marca (los próximos Juegos se verán en las privadas Discovery y Eurosport) ni qué incentivos fiscales obtendrán a cambio y eso les puede llevar, como muchas ya hacen, a tomar su propio camino.

La Universidad Católica de Murcia ya apoya a 11 de los 17 medallistas en Río; el programa Podium de Telefónica impulsa a 22 olímpicos menores de 23 años (y a otros 66 deportistas); la principal beneficiada del último ADO, Belmonte, es imagen también de Nike, el Santander, P&G, San Miguel, Renault, OHL, Edox o Plátanos de Canarias... La lista de sponsors fuera del programa (o en paralelo en caso de Telefónica) es larguísima y, de hecho, está incentivada por las instituciones responsables del mismo: el Consejo Superior de Deportes (CSD) y el Comité Olímpico Español (COE). «Necesitamos un cambio de modelo. Hemos de pasar a una gestión público-privada», proclamaba el presidente del COE, Alejandro Blanco, en una entrevista reciente a EL MUNDO. «Ha llegado el momento de revisar ADO, especialmente tras el cambio de propiedad de los derechos televisivos», añadía el presidente del CSD, Miguel Cardenal, en una charla con Marca.

Con sus reiteradas diferencias, ambos proponían un nuevo sistema, aunque, más allá de una muy probable privatización, ninguno era explícito. El modelo que se impone en el vecindario es el británico, después de que el país consiguiera en los pasados Juegos un hito inédito: fue el primer organizador que aumentó sus medallas tras ser sede (de 65 en Londres a 67 en Río). Lo hizo con el dinero de la Lotería Nacional y unas directrices polémicas: subvencionar a los posibles medallistas y a los deportes nicho, como el ciclismo en pista y el remo, y olvidar a los deportistas sin opciones y a las disciplinas complicadas para el país, como la halterofilia o el tenis de mesa. Con esas máximas, a Río llevaron a 366 representantes y volvieron con 67 medallas mientras desde aquí viajaron 306 deportistas, de vuelta con 17 metales.

España no lamenta la falta de talento. Tiene futuro en los Juegos, pero, con tanto por definir, puede ser tan brillante como decepcionante.

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