Crónica

CRÓNICA

"La etiqueta de arrepentido no hace ningún favor a nadie"

A 'la Tigresa' no le gusta que la llamen arrepentida

'La Tigresa' en cuatro disparos. / CRÓNICA

"Soy una persona culta y con bagaje intelectual suficiente para buscar una nueva vida...". Quiere trabajar en un hospital infantil

Ha pasado en prisión 23 años, uno por cada uno de sus 23 asesinatos. Ahora es libre y deja atrás una condena a 2.111 años de cárcel

Ángel Facal Soto estaba comiendo un bocadillo con unos amigos en la puerta del bar Náutico de Pasajes, Guipúzcoa, cerca de su casa. Eran alrededor de las ocho de la noche cuando una moto Vespa paró bruscamente frente a él. El copiloto saltó rápidamente y con una pistola le disparó un único tiro en la sien. Ángel cayó fulminado sobre el hombro de uno de sus amigos. El copiloto, que bajo su casco y su pasamontañas ocultaba un rostro de mujer, se subió de nuevo a la Vespa y desapareció.

Fue el primer tiro en la sien de Idoia López de Riaño, la Tigresa, mientras su novio de entonces, también de ETA, la esperaba escondido. Entonces tenía 20 años y descendió de una moto para matar. El martes 13 de junio se subió a otra para, cumplidos los 53, abrazar la libertad. En la puerta de la cárcel de Zaballa (Álava), la recogió su último novio, con quien la etarra más conocida dejó la banda hace siete años. Esta vez su sueño, según dice, es otro. La Tigresa, cuyo arrepentimiento real muchos cuestionan, ya no quiere salvar al "pueblo vasco". Tras pasar 23 años encerrada por asesinar a Ángel y a otras 22 personas, busca salvarse a sí misma.

"Quiere entrenar perros para dar terapia a niños con problemas e incluso para rescatar a supervivientes en catástrofes naturales", dice una fuente de su entorno. Así lo ha contado ella. En la cárcel alavesa trabajó durante casi dos años en un programa de terapia con dos golden retriever para reclusos con problemas de conducta. Cuando estaba con los perros, según fuentes penitenciarias, la fiera se ablandaba. Igual que con los enfermos y discapacitados de la prisión. Así que entre animales y enfermos traza ella su futuro.

"Una fundación me ha invitado a asistir a un curso en Barcelona con niños autistas y con niños de oncológicos infantiles [sic], personas de geriátricos en riesgo de desahucio médico y jóvenes desarraigados socialmente para llevar a cabo terapias con animales... Es uno de mis proyectos para el futuro", proclamaba en un escrito enviado hace un año al juez de Vigilancia Penitenciaria. (...) Quiero realizar entrevistas para mi formación como conductista animal o formar un equipo de rescate canino. (...) Tengo planes de futuro", insistía, "en hospitales infantiles y residencias de ancianos".

Sí, de ETA a "hacer algo positivo" con su vida. De sembrar el terror en las calles y amenazar a los jueces a "aportar mucho más que entrega a la sociedad y a los más necesitados". "Soy una persona culta, con bagaje emocional e intelectual suficiente como para buscar trabajo y una nueva vida", se defiende. Porque, pese a sus años de "encierro, aislamiento, soledad", la Tigresa no ha perdido su proverbial altanería.

Ese carácter hizo de ella una terrorista problemática para ETA y también una presa difícil para el Ministerio del Interior. "Idoia jamás contempló una mínima regla disciplinaria dentro de ETA", relató su compañero en el comando Madrid Juan Manuel Soares Gamboa, éste arrepentido con todas las letras (ha aportado información que ha ayudado a condenar, entre otros, a la propia Idoia). Ya en la cárcel, se negaba a obedecer a la cúpula y sus constantes órdenes. Cuando en 2010 se integró en la vía Nanclares, lanzada por el Gobierno de Zapatero para acercar al País Vasco a los presos que rompieran con la banda, se desmarcó de los demás disidentes. No envió a la prensa artículos contra ETA. No se citó con víctimas.

"Siempre ha sido muy sui generis, no puedo decir más", asegura a Crónica uno de los participantes en aquel programa. "Es una mujer absolutamente arrepentida que se te echa a llorar", afirma Fernando Pamos de la Hoz, abogado que la defendió. "Los funcionarios de prisiones no creemos que esté arrepentida. Sigue negando que matara a 12 personas en la plaza República Dominicana, aunque lo haya firmado", apostillan desde la cárcel. Nada está nunca claro con la Tigresa.

La "manchuriana"

De niña, Idoia -alias Margarita, Tania y la Muelle-, de madre extremeña y padre salmantino, quiso ser la primera bombero de Rentería, pero se metió en ETA. En una carta que envió al Gobierno vasco, a la que ha tenido acceso este suplemento, sorprende cómo cuenta aquello. "Yo soy de Rentería y mi barrio, en los años 80, era ejemplo de convivencia: vascos, castellanos, andaluces, marroquíes... Por el contrario, había alrededor quienes nos llamaban "los de fuera", "manchurianos" o "caliqueños", aunque hubiéramos nacido aquí, queríamos a Euskal Herria o incluso había vascos entre nosotros. Esos precipicios creados existen aún. (...) A unos los ha llevado a asesinar a personas de otros partidos o de diferente modo de pensar".

Ella misma reconoce que con 15 años entró en ETA. Su primer novio, José Ángel Aguirre Aguirre, la introdujo en el comando Oker, y con él participó en ataques y atracos. Su primer asesinato (con condena) sucedió en 1984. Idoia y su novio entraron en el restaurante Eguzkia de Irún y dispararon seis tiros a Joseph Couchot, empresario vascofrancés al que la revista Tiempo había vinculado a los GAL. Joseph, que estaba almorzando, cayó desplomado al suelo.

Luego llegarían los asesinatos de bomba y metralla, pero durante años serán sólo estos dos a bocajarro, los de Ángel y Joseph, los únicos que Idoia reconocerá y defenderá orgullosa. Al segundo, razonaba, estuvo bien matarlo por ser de los GAL. Al primero, porque "vendía heroína a los niños". ETA, dijo en el juicio, tenía sus "valores".

Y entonces sí, como todos, gritó: "Gora Euskadi askatuta!".

En el Madrid de mediados de los años 80 es cuando la hermosa terrorista ascendió. Y lo hizo por mujer: el talde que dirigía Iñaki de Juana Chaos necesitaba "presencia femenina", relata Soares Gamboa en su libro Agur ETA. Su aspecto enseguida les generó problemas: chupa de cuero, pantalones ceñidos... "Sus ojos azules son verdaderamente espectaculares y los realza con unos atractivos peinados voluminosos y con una vestimenta que ella entiende acorde a sus características físicas. Así no podía moverse por Madrid". Tras "20 días" convenciéndola, se puso unas lentillas marrones. "Idoia era, ante todo, esclava de su cuerpo y de su cabello", escribió él. "No he conocido militante en ETA más terrenal que esta mujer".

De esta descripción y de fuentes policiales citadas por la prensa de la época surgió su leyenda. La mujer que seducía a guardias civiles y soñaba con "pegarles un tiro en la boca" cuando se acostaba con ellos (Las mujeres de ETA, Matías Antolín). La que salía del piso franco y reaparecía como si tal cosa colgada del brazo de un joven. La que hizo que De Juana y Soares fueran de aquí para allá con sus muestras de orina para desmentir un posible embarazo. La que frecuentaba discotecas y a la que la Guardia Civil puso un anzuelo en forma de galán que ella no mordió...

Pero no fue sólo mujer fatal. También temeraria. Idoia, saltándose lo acordado por el comando Madrid, disparó una lluvia de metralla contra el Seat en que viajaban el teniente coronel Carlos Vesteiro Pérez y el comandante Ricardo Sáenz de Ynestrillas. El chófer, Francisco Casillas Martín, de 19 años, murió por ese disparar indiscriminado que, dice Soares, casi acaba también con él.

De Madrid, y después de otros cruentos atentados como el de los 12 guardias civiles asesinados con coche bomba en la plaza de la República Dominicana o los otros nueve asesinados en la calle Juan Bravo, la Tigresa saltaría a Argelia (decisión de ETA) y se reincorporaría después, en el comando Ekaitz, a la militancia activa (decisión suya). No fue hasta 1994 cuando, con su nuevo novio, Olivier Lamotte, fue arrestada en Francia. El anecdotario de la terrorista llega al punto de que hasta la fiscal francesa pidió una pena menor para él alegando el "amor loco" que sentía por ella.

Tras su extradición en 2001, su condena a 2.111 años de cárcel y su periplo por cuatro prisiones españolas, la etarra llegó a Álava. Allí, en el economato de los enfermos, ha estado sirviendo cafés a 20 céntimos, vendiendo galletas y tabaco y cobrando por ello algo más de 100 euros al mes. En ese economato ha sido de nuevo una mujer entre hombres; allí comía sola y allí agotaba su día. Sólo regresaba a su celda para dormir y pintar óleos, sin apenas relacionarse con nadie.

En 2015 pudo salir 19 días para sacarse el carné de conducir ("aprobé a la primera", se felicita), ha estudiado idiomas y ha escrito cuentos (en español). Ganó el segundo premio (una bolsa de cedés, un puzle y una tarjeta telefónica) en un concurso carcelario por un relato llamado Pa' chulo yo, en el que un hombre, por chulo pero no por loco, muere entre arenas movedizas tras negarse a escuchar los consejos de un sabio... "Escribe bien", afirma su ex profesor de escritura, que publicó un libro con un cuento suyo. ("¡No me impediréis decir lo que tenga que decir ni me obligaréis a hacer lo que no quiera hacer!", decía su protagonista).

Otro cuento, Mujer dando al mar, lo dedicó al desamor (una mujer tira al fuego el abrigo del marinero que la dejó). Hasta firmó un librito, El umbral del dolor, con testimonios de mujeres maltratadas o abandonadas por sus parejas a las que conoció en la cárcel. En él la feroz Idoia se quejaba de lo que supone para una mujer presa "el vivir encasillada, impotente", tolerando "una vida estereotipada", y pedía "una revolución" de las féminas ante "la llamada violencia de género".

¿Arrepentida?

¿Y su violencia? ¿Está Idoia López Riaño arrepentida? En su billete hacia Nanclares (año 2010) firmó esto con su novio actual: "Idoia López Riaño y Joseba Arizmendi Oiarzabal manifestamos nuestra decisión de dejar la organización armada ETA. (...) Ni la violencia armada ni la represión son la llave que abre la puerta de la paz". Dos años después, en cambio: "Nosotros dos nunca nos hemos arrepentido de nada que tuviera que ver con nuestro compromiso; otra cosa es reconocer el daño causado e intentar aportar a la convivencia. Sin más muertes, sin más sangre, sin terror. Por parte de nadie".

A la Audiencia Nacional, en 2015: "Me dejé llevar (...). Ese irreparable error lo siento cada vez que respiro". Poco después: "Pido perdón de corazón a todas las víctimas y familiares de esa actividad delictiva que asumo y de la que me arrepiento completamente".

En la carta inédita remitida en 2014 al Gobierno Vasco -en la que responde a su plan para la reinserción comprometiéndose con la "convivencia" de una "nueva Euskal Herria"- dice: "Los presos, una vez en libertad, hemos de vivir en sociedad. (...) ¿Cómo será nuestra vida?, ¿qué calidad humana podemos esperar? La etiqueta de arrepentido no hace ningún favor a nadie: ni al preso ni a la gente de la calle. En nuestra sociedad, a menudo y desgraciadamente, existe la costumbre de poner todo tipo de etiquetas, la gran mayoría por desconocimiento o por simple morbo. Y eso, desde siempre, es la marca más característica, dolorosa, la que separa y arrincona personas".

Y continúa: "Los presos (...) tenemos nuestras razones a la hora de dar nuestra vida por unos ideales, objetivos o por un sueño. (...) La entrega de nuestras vidas no ha sido gratuita. Nos equivocamos y se equivocan, pero ¿dónde queda lo que sentíamos y sentimos? ¿Dónde queda el PORQUÉ de todo eso?".

En su primera semana de libertad, la Tigresa se ha ocultado en un chalé cercano a su pueblo. Sus aitas (padres) son mayores, pero tiene la suerte de que aún viven. Y de que, otra vez, un hombre la espera.

Fue una conversación escueta mantenida dentro de los muros de la cárcel de Álava entre reclusa y funcionario. Esto le dijo él: "Yo no te dejaría salir de aquí, tendrías que pedir perdón a las familias de las 23 personas a las que mataste". La interna rompió a llorar presa de un ataque de rabia y, a renglón seguido: "Yo sólo he matado a dos personas. Al primero pedí matarlo yo y lo hice porque quería, porque fue uno de los que mató a Lasa y a Zabala [etarras asesinados por los GAL]. También maté a un empresario que vendía heroína en un colegio".

Pocos asesinos autores materiales de más de 20 muertes pueden relacionar en una frase irritación y orgullo por la sangre derramada. Ella puede. De la misma forma que Idoia López de Riaño conjugó seducción y dolor, hoy combina disidencia y opacidad. Pese a que la penitenciaría de Álava está destinada a albergar a arrepentidos de ETA, 'la Tigresa' niega sus brutales crímenes y no colabora con las autoridades en el esclarecimiento de asesinatos. Según personal del penal, la reclusa no ha tenido "ningún contacto" con etarras integrados en la 'vía Nanclares'. Con Carmen Guisasola el trato era especialmente espinoso: "No se podían ni ver; si se cruzaban, ni se miraban". Con quien sí hablaba, aunque poco, era con Pedro José Pikabea Ugalde ('Kepa'), que llegó a poner su punto de mira en la Casa Real.

'Kepa' y 'la Tigresa' coincidieron en los años 80 en Guipúzcoa. Él en el las células 'Adarra', 'Urko' y en el complejo 'Goiherri Costa'. Ella, en el 'comando Oker'. La relación entre ambos saca a relucir su gran contradicción, pues tanto ella como 'Kepa' callan en torno a asesinatos irresueltos muy marcados. En concreto, los de Francisco Rivas, Máximo Díaz, Antonio Jesús Trujillo, Juan Merino y José Expósito, asesinados en localidades clave de Guipúzcoa entre 1984 y 1985. En esas fechas ETA mató 10 veces. Cinco muertes están sin resolver; en cuanto a las otras cinco, la Audiencia Nacional condenó a 'la Tigresa' por tres y a compañeros de 'Kepa' en el 'comando Goiherri Costa' por dos. Nadie ha preguntado jamás a 'la Tigresa' qué pasó. Tampoco a 'Kepa'.

Quienes convivieron con López de Riaño en Álava dan fe de su "carácter bipolar" y llegan a llamarla "psicópata". Hablan de la eterna mujer fatal. Encargada del economato del módulo de enfermería, nunca abandonaba su celda sin antes perfilarse los ojos y sentía extrema predilección por su melena negra. Pagaba de su bolsillo los cafés de los funcionarios que olvidaban su tarjeta y pintaba óleos de paisajes que regalaba a sus padres y a su hermana.

El respeto era una de sus máximas y, por brutal que pueda parecer, "no consentía el abuso" hacia los débiles. Uno de los trabajadores de la cárcel se excusa: "No tengo síndrome de Estocolmo y sé quién es, pero es la verdad; es capaz de ayudar a gente débil". Con todo, los episodios de sensibilidad y de humanidad, cuentan, son sólo eso, episodios: "Es la presa más dura que he conocido. Los hombres le tienen mucho respeto y odia a las mujeres. Nunca la he visto con mujeres".

Entre los muros de la cárcel la etarra de los 23 asesinatos generó miedo, odió, lloró y se enorgulleció de haber matado. Pero sobre todo guardó silencio, no dijo ni una palabra sobre asesinatos sin resolver, pese a estar en disposición de información valiosa. De 'la Tigresa' se ha escrito mucho. Tanto como para que quienes han convivido con ella en prisión destaquen su enésima contradicción: "Escribas lo que escribas, ella lo va a leer. Para ella el honor es muy importante".